Como
cualquier otro día, regresé pronto a casa al salir del instituto. Mi
tía se había quedado sin sus dulces favoritos y me ofrecí para ir a la
tienda a comprar más. Pero de camino empecé a sentir algo muy extraño:
las piernas me temblaban y tuve una sensación rara en el estómago.
De repente, la calle desapareció ante mis ojos.
Poco después reapareció, pero muchas cosas eran diferentes.
Había vuelto al pasado.
Me llamo Gwen y soy la última viajera del tiempo. Así empieza la aventura de mi vida...
Aunque
es muy consciente de que el amor entre dos viajeros en el tiempo
puede guardar sorpresas traicioneras. Por suerte, tiene muy buenos
consejeros: su mejor amiga, Leslie, su compinche, James el fantasma,
y Xemenius, una gárgola que se mete en bastantes líos.
Además,
Gwen y Gideon tienen problemas más importantes de los que
ocuparse... Por ejemplo, salvar el mundo. O aprender a bailar un
minué (que no es nada fácil). Sin embargo, ambos deberán entender
que el amor tendría que pasar por delante de lo demás; sobre todo
cuando caigan en las redes del Conde de Saint Germain...
«¿No
podríamos seguir siendo amigos?» Seguro que muere un hada cada vez que
en algún lugar del mundo se pronuncia esta pregunta. Pero el
perfectísimo Gideon de Villiers -a quien Xemerius prefiere llamar «el
innombrable»- no tiene suficiente sensibilidad ni para pensar en las
hadas ni para dejar
de pisotear mi corazoncito. Si no fuera porque cuando le miro se me
corta la respiración y me tiemblan las piernas, le hubiese soltado un
bofetón que le habría mandado directo al siglo XIX sin necesidad de
cronógrafo... Aunque, en lugar de hacer eso, solo le fulminé con la
mirada y me alejé. Al fin y al cabo, éramos los dos últimos viajeros en
el tiempo y en pocas horas saltaríamos juntos a 1782 con una misión a
vida o muerte.
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